Un hombre viajaba en el tren hace muchos años, en un vagón de primera clase. Le pareció que quien estaba sentado cerca de él era Pablo Picasso.
Cuando logró vencer su timidez y la resistencia que le impedía hablar con tan celebrado personaje, el hombre saluda a Picasso y le dice que le admira mucho; que cree que es un dibujante genial.
Le dice también que por qué, siendo como es un maestro, se empeña en pintar unas imágenes distorsionadas, retorcidas, sin parecido con la realidad. Le parece, en suma, un desperdicio de talento.
Picasso se queda mirando al hombre y le pregunta qué cree él que es la realidad. El hombre piensa un poco y saca de su cartera una fotografía, que enseña al pintor. «Mire. A esto me refiero. Esto es la realidad: es mi mujer«- dice seguro de sí mismo.
El pintor mira la fotografía y dice al hombre que, si eso es la realidad, su mujer es muy pequeña. Y es plana, además.
Como el hombre vamos casi siempre por la vida. Dando por hecho que nuestra percepción de las cosas es la realidad misma, aferrándonos a eso y, además, queriendo mostrar al resto de personas que nuestra idea es la correcta.
Para despertar de esa ilusión limitadora, entre otras muchas cosas, está el arte.
Y la locura, pero de esto último hablaremos otro día.