La selección española de fútbol en el Mundial de Rusia llegó hasta donde pudo. Hasta dónde se lo permitió su juego horizontal, la falta de determinación en ataque, la inseguridad de su portero, la inexperiencia de su entrenador y las decisiones en “caliente” de la federación. Sólo una fe, con más dosis de tozudez que de fe, podía creer en el éxito de la selección. La realidad es mucho más sencilla de lo que aparenta. Porque el fútbol puede parecer un deporte ilógico en el corto plazo, sin embargo, es lógico en el largo plazo. Casi siempre ganan los mejores. Y en muy pocos momentos de los cuatro partidos España estuvo cerca de la excelencia. El devenir de la selección española por el Mundial de Rusia está pleno de aprendizajes:
1.- Ni la experiencia, ni la calidad de sus jugadores, ni el pasado glorioso garantizan buenos resultados. Apoyarnos en el pasado y no utilizarlo como “trampolín” es una trampa en la que nos es muy fácil caer.
2.- Con “querer” no basta, “intentarlo” es sólo una declaración de intenciones, las cosas importantes no se “intentan” se hacen, el resultado, y más en deporte, no está asegurado, puede ser bueno o malo, aún así, hacemos todo y de todo por que sea excelente. Incuso cambiar de táctica o estrategia si no funcionan. Adaptarse o morir.
3.- Muchas veces, peor que las acciones, suelen ser nefastas la gestión de las mismas, probablemente, en este caso, no se consideraron todas las consecuencias de “despedir” al entrenador 48 horas antes del comienzo del campeonato.
4.- El lenguaje es el “emisario” de las emociones, las declaraciones de los jugadores durante y después del tornero estén repletas de excusas, falta de responsabilidad y “creencias limitantes”. Este punto sólo da para mucho más que este post. Como ejemplo esta del capitán de la selección: «Hemos puesto orgullo, huevos, sentimiento… Más no se puede exigir».
En realidad, en el deporte como la vida más que de exigencias, está pleno de elecciones.