Cada uno tiene tantas visiones de lo que es un líder como líderes puede recordar, y ha de hacer un trabajo concienzudo para conseguir identificar un rasgo abstracto, una cualidad común más allá de las características específicas de cada uno de ellos.
Vemos liderazgos como vemos personas. Tantos liderazgos como individuos que lideran. Vemos manzanas rojas, coches rojos, flores rojas, y creemos tener claro qué es el «rojo» hasta que tenemos que definirlo y nos topamos con el muro de lo inefable.
Tras la multitud de definiciones y aproximaciones a la figura del líder que uno encuentra en la literatura de empresa (y en la de sociología) es difícil alcanzar un consenso razonablemente corto o suficientemente sintético como para que quien nos pida una idea del liderazgo no acabe bostezando delante de nosotros.
No vale desviar el legítimo interés de quien se interesa por el concepto o la visión del liderazgo hacia el quizás más accesible campo de los estilos de liderazgo. Ahí se encontrará más cómodo el que maneje conceptos generalistas (y quizás más cercanos a la divulgación popular que a los estudios sistemáticos sobre el liderazgo) por encima de los específicos.
Alguno, más cercano al formato académico, sacará a colación las aportaciones de Clayton Christensen, tan sistemáticas como elaboradas y tan específicas como fundadas en la estadística. Si se le deja, citará a Finkelstein, y ahí el oyente hará mejor sentándose, no tanto por lo aburrido como por lo amplio de lo que va a escuchar
Otros, más tendentes a lo divulgativo y popular, nombrarán a Daniel Goleman (a veces sin contar por lo que valen sus últimas aportaciones a la materia basándose en los estudios de Hay/McBer o sus aportaciones desde la Harvard Business School).
Es verdad que con los estilos pasa lo mismo que con los líderes: hay tantos de aquéllos como de éstos, lo que requiere, de nuevo, un esfuerzo continuado para aislar cada estilo como quien aísla una sustancia en una mezcla o un sabor en un plato complejo.
Y es verdad también que en una época en la que se han mezclado los enfoques del liderazgo para la autoayuda con los específicamente orientados a la empresa, clarísimamente van ganando estos últimos, en número y en accesibilidad de los títulos. Esto lo dice quien ha pateado los pasillos de los aeropuertos de medio mundo, desde Hong Kong a Beijing, pasando por Marrakech, Washington, Shanghai y Tel-Aviv en viaje de negocios, y ha encontrado una oferta enorme de libros sobre el particular.
Al final, y reconociendo que las obras de Jim Collins (en especial sus libros “Good to Great” y “Built to last”, que recomiendo especialmente) hacen una sólida aproximación al concepto de liderazgo, parece tomar fuerza la idea de que todo lo que no tenga que vez con el mundo de la empresa supone un enfoque poco práctico, aproximación que en ningún caso puedo compartir.
Yo, desde luego, tras un viaje de ida y vuelta intentando destilar los conceptos más acertados sobre liderazgo, acabo regresando a los clásicos, que de manera excepcionalmente sintética nos aportaron una idea mucho más intuitiva y resonante que los tratados académicos.
Les dejo con Lao Tse y las palabras que escribió hace más de dos mil seiscientos años sobre el auténtico liderazgo:
“De los buenos líderes, la gente no nota su existencia.
A los no tan buenos, la gente les honrará y alabará.
A los mediocres, les temerán
y a los peores les odiarán.
Cuando se haya completado el trabajo de los mejores líderes,
la gente dirá: «lo hemos hecho nosotros»”